El fracaso laborista para dar una respuesta de izquierda al Brexit encumbra a Johnson
El triunfo conservador en Reino Unido tiene fecha de caducidad inminente: el 30 de enero
El Partido Conservador británico ha logrado mayoría absoluta en las elecciones del 12 de diciembre logrando 365 (+66) escaños o el 46,3% contra los 203 (-42) o el 32,2% de los laboristas. Se trata de 13,96 millones de votos contra 10,29. El laborismo no sufría un retroceso tan fuerte desde los años de 1950. Más significativo aún es el hecho que, de los 66 escaños que ganaron los conservadores, unos 52 fueron logrados en circunscripciones que en el pasado tenían mayoría laborista pero que en 2016 dieron el voto masivamente en favor de dejar la Unión Europea (UE). La prensa se ha regodeado en el ejemplo de Blyth Valley por su fuerte arraigo laborista, pero se puede decir lo mismo de muchas otras circunscripciones como Blackpool South o Birmingham Northfield. Es decir que dos tercios de los escaños nuevos logrados por el partido de Boris Johnson han salido del campo laborista pero con la peculiaridad de que habían votado en masa por salir de la UE en el referéndum de hace tres años. Afirmar que estos obreros laboristas son ahora conservadores decididos sería audaz. En todo caso son trabajadores decepcionados por las capitulaciones de un Laborismo entregado a la maniobra parlamentaria que abandonó las reivindicaciones de los trabajadores que llevaron a la dirección del partido a Jeremy Corbyn.
Lo que el resultado en estas circunscripciones destaca es la ausencia por parte del laborismo británico, y desde luego del resto de la izquierda extraparlamentaria, de una clara delimitación respecto del papel profundamente reaccionario de la UE, su política económica basada en el dominio de las naciones más débiles por las más fuertes y de traslado de la crisis a los trabajadores de forma unilateral en toda la alianza política presidida por la Comisión Europea. Un ejecutivo en última instancia marioneta del Consejo Europeo, el club de los jefes de estado del continente, donde ejercen su dominio las economías más fuertes. Las tendencias a la disgregación de la UE, y la presión popular en favor del abandono del “club de Bruselas” en el Reino Unido son una consecuencia más de la crisis sin salida del capitalismo que reapareció de forma explosiva en 2008.
Corbyn, representante del ala izquierda del partido, y un militante histórico fió su campaña electoral a un programa “radical” comparado con las versiones socialdemócratas derechistas entronizadas por Tony Blair y su sector político en el partido. Con un fuerte respaldo en algunos sindicatos, Corbyn se sustrajo al debate del Brexit, y propuso un programa de nacionalizaciones e inversión pública. El equipo de Corbin y sus más afines, entre los que se cuentan dirigentes sindicales de Unite, pasaron por alto el hecho que los trabajadores británicos han identificado el hundimiento del salario y las condiciones de trabajo, el deterioro de la salud y la educación, y la crisis industrial con las políticas liberales de Bruselas y la fantasía de que este proceso de deterioro se podría detener con la salida de la UE. Por añadidura el Laborismo lejos de apelar a la movilización de masas para apoyar las reivindicaciones de los trabajadores, contra el desmantelamiento del sistema nacional de salud y la educación pública, se enfangó en el debate parlamentario del Brexit sin una delimitación clara respecto de la UE.
El Laborismo está incapacitado para dar una respuesta a este engaño, entre otras cosas porque es la pieza más derechista históricamente de entre los herederos de la segunda internacional, y hace mucho que ha dejado de ser una corriente reformista para convertirse en un aliado de la burguesía del Reino Unido. De tal forma que solo una alternativa revolucionaria capaz de denunciar el papel reaccionario de la UE, proponiendo su superación mediante una federación socialista de estados europeos y el combate por un gobierno de los trabajadores, podría haber hecho frente al desencanto político y social de los trabajadores británicos a los que el programa “radical” de Corbyn no les movió ni un pelo en estas elecciones. Con sus sucesivas capitulaciones ante las reivindicaciones más profundas de la sociedad Corbyn dejó tirada a la juventud obrera que lo encumbró a la dirección del partido. Pero entre el fracaso laborista y el triunfo conservador, se enmarcan al mismo tiempo los límites del éxito de Boris Johnson.
El lema electoral del primer ministro fue “Haced posible el Brexit”, y el voto de los trabajadores se ha dirigido en este sentido. Como bien advierte el Financial Times del 13 de diciembre el programa esencial del nuevo gobierno conservador se extingue el 30 de enero, la fecha de materialización de la separación. Pero la realidad es que ese acto será solo una pantalla pudorosa de las negociaciones que se extenderán por tiempo indefinido. Queda por negociar “a lo largo de varios años” el tratado comercial que deberá unir a ambas partes, un regateo en el que los intereses empresariales británicos le señalan a Johnson “que no debe ceder en finanzas, servicios legales, industria farmacéutica, educación, turismo e industrias creativas” (FT,13/12). Pero los barones del capitalismo británico agrupados en la confederación industrial CBI advierten que en el curso de las discusiones que deben fijar las condiciones de los términos comerciales, el país va a pasar por una caída de la inversión extranjera y de incertidumbre económica, perderá peso diplomático en Europa, y deberá encontrar fórmulas de acuerdo con sus ex socios y hacer frente a los términos comerciales que le impongan Estados Unidos de un lado y China del otro.
Por añadidura el acuerdo que se lleve a votar al Parlamento deberá satisfacer esas demandas porque la mayoría de Johnson se puede desvanecer con una fractura del partido Conservador. Al margen de estos retos, por sobre todas las cosas, el Reino Unido estará sujeto a las tendencias a su propia disgregación. El Partido Nacionalista Escocés logró sus mejores elecciones en la historia, logró 48 escaños (+13) y su presidenta Nicola Sturgeon ya anunció tras las elecciones que quiere un nuevo referéndum sobre la permanencia de Escocia en el Reino Unido. Contrariando al resto del país los escoceses argumentan que quieren ser una nación independiente dentro de la UE, es decir utilizan al Brexit como palanca para reforzar sus aspiraciones nacionales.
Como parte de estas aspiraciones nacionales ha resurgido la cuestión de Irlanda, que ha jugado un papel de primer orden en la negociación del Brexit. El problema de la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda ha estado detrás de la salida de la UE, en la medida que Bruselas exigía una frontera blanda, o una integración económica del norte y el sur, a la cual se resistían de forma terminante las fuerzas Unionistas, la minoría protestante opuesta a la reunificación de Irlanda. La mayoría obtenida por Boris Johnson lo exime de llegar a un acuerdo con el Partido Unionista pues tiene mayoría propia, lo cual supone el reto de admitir en las negociaciones una frontera blanda. Esto va a despertar el activismo de los radicales unionistas y el rechazo de parte de la burguesía británica.
Mientras tanto, por primera vez en la historia de Irlanda del Norte tras el Acuerdo del Viernes Santo de 1998 que pacificó el norte determinando el fin del IRA, los parlamentarios del Sinn Fein, el partido independentista, superan a los unionistas en la Asamblea Irlandesa. Mientras, la existencia de una frontera blanda entre el sur y el norte tiene al mismo tiempo la contrapartida exigida por Bruselas de una frontera marítima entre Irlanda del Norte y el Reino Unido, lo que el unionismo rechaza. Tras estos conflictos lo que se divisa es una reanudación del conflicto irlandés impulsado por la imparable tendencia a la unificación de Irlanda. Un desenlace que va en contra de los intereses de la corona imperialista británica y los partidos del “establishment”.
Para los trabajadores británicos el Brexit no resuelve nada. En todo caso va a poner contra las cuerdas a Johnson y a los Conservadores porque la burguesía británica lo que ampara es una salida negociada tal como los medios que la representan delinean como hoja de ruta para Johnson. Pero esa salida requiere un acuerdo profundo con la UE, porque de lo contrario el bloque conservador se fracturará restando fuerzas al Gobierno y el proyecto puede quedar una vez más paralizado en el Parlamento. El primer ministro prometió una fuerte inversión en las regiones con dominio laborista como los Midland para asegurarse que los trabajadores que dieron la espalda a Corbyn mantengan su fidelidad al voto. Pero la cuestión de fondo es que lo que hay es un proletariado que ansía recuperar salario y condiciones laborales dignas, la preservación del sistema sanitario nacional y la educación pública amenazado por la privatización uno y la falta de recursos la otra, y la recuperación de la infraestructura industrial del país. Reino Unido no escapa a la crisis capitalista. Sin embargo la juventud trabajadora que encumbró a Corbyn no encontró en el Labour Party una respuesta a sus demandas. Para el Reino Unido la prolongación del bloqueo frente al Brexit es inevitable, dependerá del tiempo que el gobierno tarde en lograr un acuerdo de salida que la burguesía admita. Pero mientras tanto la crisis va a dejar planteado un enfrentamiento de fondo contra el gobierno conservador en defensa de sus intereses.
Esta situación exige un balance. El Labour Party es una vía muerta para la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores, contra la UE por una federación de repúblicas socialistas de Europa. Los trabajadores británicos deben reagruparse en un partido obrero independiente de la burguesía y la burocracia por el gobierno de los trabajadores y el socialismo. El intento de la juventud trabajadora combativa por lograr esos objetivos con el laborismo de Corbyn acabó en un fracaso por la previsible capitulación de sus dirigentes. La lucha por establecer una organización revolucionaria independiente de los trabajadores va de la mano de la lucha por una internacional que agrupe a las corrientes revolucionaria de Europa, “la crisis de la dirección del proletariado, que se ha transformado en la crisis de la civilización humana,” sólo puede ser resuelta mediante la refundación de una internacional revolucionaria, la refundación de la cuarta internacional.
La huelga general en Francia contra la reforma de las pensiones públicas es una manifestación de que la ofensiva del capital contra los trabajadores es una unidad continental y que la respuesta contra ella es el combate generalizado, mientras que la resistencia se desarrolla exclusivamente a escala nacional por las trabas de las burocracias y los partidos de la “izquierda”, disuelta en organizaciones amplias, por extender la lucha. La ofensiva capitalista es así no solo en materia de pensiones, sino también en materia de crisis industrial, privatización de la salud, demolición de la enseñanza pública, y ataque a la emigración. Los planes de la Comisión Europea tienen por objetivo la unificación de los ataques a nivel nacional contra los trabajadores en las 27 naciones de las UE. Esta ofensiva exige una respuesta continental de los trabajadores que deben forjar direcciones independientes de la burocracia y la burguesía en el movimiento obrero a escala nacional e internacional. La exigencia de una huelga general de los trabajadores de Europa contra la ofensiva del capital debe convertirse en una metodología de construcción de una dirección alternativa independiente de los trabajadores y de sus órganos de combate.
Por una huelga general internacional contra la ofensiva capitalista en Europa
Por la defensa de las pensiones públicas
Por la defensa de la educación y la sanidad públicas
Contra el cierre de empresas mediante su ocupación y puesta en marcha bajo control obrero
Contra el desempleo, por la escala móvil de horas de trabajo con el mismo sueldo
Por una federación de repúblicas socialistas de Europa
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