La crisis desatada por la expansión del coronavirus ha cobrado una nueva dimensión – sanitaria, económica y política.
Por una parte, la cifra de enfermos cercana a los 500.000 casos, aunque se estima que es ya mismo mucho mayor, porque las medidas de detección están ausentes en todo el mundo o su aplicación enfrenta considerables retrasos. Los muertos ascienden a veinte mil y, salvo excepciones, crece el índice de letalidad. La epidemia ha alcanzado al país más poderoso del mundo, EEUU, convirtiéndolo “en el epicentro” mundial de la epidemia. Luego de años de ajuste antisocial, en especial en el campo de la salud, el sistema sanitario, incluso en las naciones capitalistas desarrolladas, se encuentra enteramente colapsado.
Por otro lado, los gobiernos han abandonado cualquier interés en contener la epidemia, para pasar a defender una política de “mitigación”, llamada también “achatar la curva” en crecimiento. Es decir alargar la epidemia en el tiempo – para acomodarse a un sistema sanitario saboteado por todos los gobiernos. Las cuarentenas son completamente limitadas, debido a la presión capitalista para mantener en actividad la mayor parte de la producción – no solamente aquella imprescindible, como alimentos y salud y su cadena de insumos.
El tercer aspecto es la adopción de gigantescos subsidios al capital financiero, que en el caso de Estados Unidos alcanza a cuatro billones de dólares entre paquetes fiscales y monetarios. Se trata de un gigantesco crédito de la Reserva Federal y del Tesoro, que se hurta a la financiación de salarios, jubilaciones, y asistencia sanitaria y social – que es interesadamente estigmatizada, solamente ella, como “inflacionaria”. Este subsidio sin precedente al capital lleva la crisis sanitaria a un callejón sin salida, porque sin un “distanciamiento social” enérgico, con el cierre de la producción y el transporte prescindibles, los trabajadores estarán condenados a morir en sus puestos de trabajo.
Como el capital no existe en cuanto tal si se mantiene parado, sino por medio de su valorización ininterrumpida, los Trump, los Bolsonaro y los Piñera han decidido pasar a la confrontación abierta contra los trabajadores, y también contra otros estados capitalistas, anunciando el levantamiento de cuarentenas o pautas de ‘distanciamiento’ y cualquier restricción a las industrias, comercios y boliches – “open up”, en palabras de Trump. Estados Unidos se convertiría, por esta vía, en difusor explosivo de la pandemia internacionalmente. Tanto en EEUU como en Brasil, esta decisión ha abierto una crisis política entre el gobierno central y los estados federativos más importantes, en uno y otro caso. Se abre así un período de crisis políticas en todo el mundo, que se percibe en tentativas de golpes y contragolpes, oficiales y parlamentarios. La incapacidad para hacer retroceder la epidemia, delata el estado de ingobernabilidad de los estados.
Esta incapacidad se manifiesta en otra incapacidad: la de lograr una asociación internacional para combatir la pandemia en forma concertada y cooperativa. En lugar de esto, se cierran fronteras que estaban abiertas, el caso de la UE, y todas las fronteras, e incluso se establecen fronteras al interior de las propias naciones; no hay unificación de esfuerzos para obtener una vacuna eficaz; crece la pelea por el control de la industria farmacéutica y de equipos médicos. No solamente siguen en pie las sanciones económicas, en especial de Estados Unidos contra Irán, Venezuela, Rusia y hasta China – se acentúan las guerras y la hostilidad y la represión contra los refugiados de esas guerras. En medio del desborde de los sistemas de salud y de la crisis industrial, el capital financiero y el FMI aprietan las clavijas para que las naciones dependientes cumplan los contratos de deuda, que suman billones de dólares.
La crisis que está atravesando la humanidad no es virológica o de atención médica – es la crisis de un régimen histórico de dominación, cuyo manejo de la crisis es más catastrófico que lo que hizo para llegar a ella. No puede prescindir de la fuerza de trabajo, pero no es capaz de protegerla. Su lógica lo lleva a salir de esta crisis con los métodos tradicionales, a saber, la destrucción de las fuerzas productivas que se manifiesta en la desocupación en masa, la descomposición de las fuerzas materiales de producción y, en definitiva, las guerras. En la ocasión que atravesamos, condenando a la muerte viral de los trabajadores y los jubilados. Las estadísticas están mostrando que ni los niños escapan a los llamados grupos de riesgo. Es muy difícil pararse frente a esta situación sin una perspectiva de conjunto, en la que ancle un programa de acción.
En efecto, la rebelión popular no se está haciendo esperar. Las huelgas ‘salvajes’ en Italia, España, Gran Bretaña, Brasil, Argentina y Estados Unidos, especialmente, responden al mismo propósito: “nuestras vidas, primero’. ‘Our lives, first’.
La clase obrera reclama:
el cierre temporal de las industrias no imprescindibles, sin mengua del salario;
protocolos de salud e higiene propios emanados de las asambleas; reducción de la jornada de trabajo a seis horas y cuatro turnos por jornada, incorporando personal nuevo;
jornada de cuatro horas para personal de salud y nuevas contrataciones amparadas por el convenio colectivo de trabajo;
cuarentenas en las barriadas con protocolos que contemplen el hacinamiento habitacional y la falta de otros espacios propios;
producción y adquisición de respiradores y de equipos (kits) de diagnóstico y un plan masivo de pruebas; completar la construcción de hospitales a medio construir; intervención estatal en la medicina y farmacia privada, bajo control de los trabajadores;
ningún rescate al capital, nacionalización bajo control obrero, y destinar el dinero a la salud, a la vivienda, a la alimentación y a la medicina;
salario mínimo igual al costo de la canasta familiar para todo el mundo de trabajo – por lo tanto para trabajadores no registrados, monotributistas, desocupados, precarios, jefas de hogar;
poner fin a todo pago de las deudas externas;
fuera las sanciones internacionales;
obligación del acogimiento de los refugiados por todos los países, en condiciones humanitarias, bajo supervisión de organismos de derechos humanos;
plan especial de ayuda para el pueblo de Gaza, bajo supervisión humanitaria internacional;
fuera todas las potencias de Siria;
por la unidad internacional de la clase obrera;
Un programa de acción de la clase obrera pondrá en la agenda internacional, como ya ocurre, el choque entre el capital y el trabajo. Las ‘contenciones’, ‘mitigaciones’ y ‘cuarentenas’ vienen acompañadas de represión policial. En Chile hay toque de queda; en Argentina se lanzan globos de ensayo para decretar un estado de sitio. En España Estado de Alarma. Bajo la presión de los trabajadores y la desintegración que amenaza a los gobiernos, por el impacto de la crisis sanitaria y del derrumbe económico, se ‘aggiornan’ los golpes de estado de los estados mayores de las Fuerzan Armadas.
Frente al conjunto de la crisis, las burocracias sindicales se han alineado con los estados y gobiernos, y protagonistas de las contenciones, mitigaciones y cuarentenas políticas de la clase obrera.
Es necesario confrontar con la burocracia, llamando a los sindicatos a una acción independiente, y por sobre todo creando comités obreros. La lucha cotidiana debe llevar a una lucha de conjunto; no hay derecho a ninguna ilusión en salidas acantonadas a una empresa o industria, o a trabajadores de tal o cual categoría.
Vienen por nosotros, con todos los recursos de la política y del estado; vamos en defensa propia con nuestros recursos políticos y organizativos: sindicatos y partidos independientes – concertación internacional de la clase obrera
29 de marzo de 2020
Partido Obrero –Tendencia (Argentina); Partido de los Trabajadores (Uruguay); Partido Obrero Revolucionario (Chile); Prospettiva Operaria (Italia); Grupo Independencia Obrera (España); Osvaldo Coggiola, Boletim Classista (Brasil)