(Escribe Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina) En la madrugada del sábado 7 de octubre numerosos comandos de las organizaciones guerrilleras palestinas asentadas en Gaza, encabezadas por Hamás, penetraron en la frontera sur de Israel, tomaron varios puestos del ejército y estaciones de policía y ocuparon ciudades, en medio del disparo de miles de cohetes, con el propósito de proteger la operación militar y también con el objetivo de distraer a las fuerzas armadas del estado sionista. El ataque apuntó contra “la política criminal” de Israel y para reclamar el cese de los vejámenes y torturas contra los detenidos palestino en las cárceles sionistas. El repliegue guerrillero llevó a Gaza a un número aproximado de 300 israelíes, con el propósito aparente de negociar un intercambio de prisioneros con el gobierno de Netanyahu.
La envergadura de la incursión, la coordinación de los comandos y la precisión de sus objetivos deja en evidencia una larga y meticulosa preparación. Veinticuatro horas después del inicio de la operación aún se encuentran comandos en el terreno. Versiones no confirmadas aseguran que la población de Gaza fue advertida de antemano por Hamás, con la finalidad de prepararla para enfrentar las consecuencias letales de la devastadora réplica que se espera.
La acción es el resultado de un balance de las confrontaciones militares de los últimos años, aunque no se advierte todavía sus propósitos estratégicos. Conseguir un intercambio de rehenes probablemente sea considerado como una victoria política de largo alcance. La necesidad de emprender una iniciativa militar se había vuelto imperiosa frente a la expectativa de una nueva Intifada, o rebelión popular, al margen de las organizaciones existentes, frente a la expansión colonialista creciente del sionismo, la confiscación de viviendas y propiedades, y el reiterado señalamiento de la intención de anexar la Cisjordania, expulsar al conjunto de la población y poner fin al gobierno cadavérico de la Autoridad Palestina. Una interpretación interesada de la operación militar palestina le adjudica el propósito de bloquear el reconocimiento del estado de Israel por parte de la monarquía saudita, como ha ocurrido con las otras monarquías petroleras. En el Medio Oriente tiene lugar un vasto realineamiento político, es cierto, pero está vinculado a la guerra de la OTAN y Rusia, que se ha manifestado en la reanudación de relaciones entre Arabia Saudita e Irán y en la intervención de China e incluso India, para conectar económicamente al Medio Oriente con el Centro y sur de Asia. Es el gobierno de Netanyahu, no Hamás, el que está operando en este territorio, junto a Turquía, como se ha demostrado en el puente aéreo organizado por Israel para abastecer de armamento a Azerbaiyán en la guerra contra Armenia.
Lo que más ha inquietado al establishment sionista y a las potencias imperialistas es el fracaso de los sofisticados servicios de inteligencia a la hora de advertir la inminencia de esta gran operación militar de las organizaciones palestinas. Ni de parte del Mossad y la CIA, ni de los servicios de Alemania, Francia, Rusia y China. Este sí que es un dato político poderoso. El abandono, por parte de Israel, de la política de “dos estados” por la anexión directa ha dividido al estado sionista en forma explosiva, así como a todas las potencias imperialistas. En las vísperas del asalto armado del sábado, una sección importante de la reserva militar israelí había abandonado las tareas de entrenamiento, tal como lo había advertido con reiteración, en oposición al gobierno clerical y colonialista de Netanyahu. En esta oposición se encuentran, con un fuerte protagonismo, además de un sector significativo de las fuerzas armadas, las mayores compañías internacionales de Israel. La vía del apartheid y de la expulsión territorial es denunciada como una amenaza existencial para el sionismo y como una convocatoria a la guerra permanente en Oriente Próximo. En este reside el conflicto entre el gobierno del clero sionista y la Corte Suprema del país, que ha motivado la salida a la calle, cada semana, de decenas de miles de personas. Aunque la Corte Suprema ha rechazado en forma reiterada las apelaciones de los palestinos contra la expropiación de sus viviendas, reserva para sí la atribución de dictar sentencia en cada caso, en oposición a una anexión territorial extra judicial. La fractura del poder del estado se ha manifestado en movilizaciones semanales masivas de decenas de miles de personas, ininterrumpidamente, durante meses. En ninguna de ellas, sin embargo, se ha reclamado a favor de los derechos nacionales palestinos.
Instalado como un injerto anti-histórico dentro del escenario histórico del oriente árabe, el estado sionista subsiste por medio de un régimen de guerra permanente. La posibilidad de superar este entorno hostil por medio de alianzas con los jeques y las burguesías árabes es una fantasía. Lo puso de manifiesto la llamada “primavera árabe” –una revolución que irrumpió por las contradicciones explosivas entre esos regímenes y las masas de cada país. La “única democracia” de la región, según la versión del imperialismo, no apoyó ninguna de esas poderosas irrupciones de masas. La población judía de Israel se ha convertido en un rehén de este enorme anacronismo histórico.
La operación “venganza” que ha anunciado y lanzado Netanyahu contra Gaza, apoyada en estos términos por el gobierno de Biden, es típicamente fascista. Será apoyada, con contradicciones pero sin fisuras, en Israel, aunque se trate de la punición de un pueblo martirizado por la acción de sus organizaciones. Fue el método del hitlerismo durante la ocupación de Europa. Pero hará estallar, a corto plazo, las contradicciones y antagonismos que se han venido acrecentando en Israel. De suma importancia es el pronunciamiento del gobierno de Rusia, que ha repudiado la operación militar palestina, en pie de igualdad con los estados de la OTAN, sin ninguna consideración hacia el carácter opresor del régimen sionista ni los daños brutales que inflinge al pueblo palestino. Es una clara defensa del presente orden mundial; la guerra contra la OTAN no es contra el imperialismo o antiimperialista, sino una guerra entre imperialismos –uno mayor y otro menor.
La nueva masacre contra Gaza, incluido el asesinato de los organizadores de la operación militar del sábado reciente, no pondrá fin al terremoto político del Medio Oriente, que se conecta por distintos canales con la guerra mundial que se desarrolla en Europa. La defensa de los derechos nacionales palestinos, kurdos y de otras naciones debe ser asumida como una lucha contra el imperialismo mundial y la guerra mundial que este impone en forma sistemática. Los derechos nacionales cobrarán plena vigencia por medio de una lucha internacional por gobiernos de trabajadores y el socialismo.