Los despojos de Siria y la guerra mundial.
Escribe Jorge Altamira (Política obrera de Argentina) 8/12/2024
La República Siria no era un estado unificado al momento en que la milicia islámica Hayat Tahrir al Sham (HTS) y el “Ejército nacional sirio” (ENS) sostenido por Turquía lanzaron la guerra relámpago que acabó con el régimen de Bashar al Assad en sólo diez días. HTS ejercía un control en Idlib, en el noroeste del país, donde tenía sus propias fábricas de armamentos. El ENS había asumido el control de una franja de 15 a 20 kilómetros de la frontera con Turquía, a expensas de las milicias kurdas, el YPG, en territorio sirio del irredento Kurdistán, que ha construido una suerte de estado en esa región. Al sur de Siria, en Deraa, operaban otras milicias, mientras una zona desmilitarizada separaba a Israel, en posesión de los altos del Golán, de Siria. El derrocamiento de al Assad deja expuesta esta división territorial y la intervención extranjera que la sustenta, desde Turquía e Irán, hasta Estados Unidos y Rusia. EEUU tiene un cuerpo militar junto a las milicias del YPG y Rusia una base naval en Tartus y una base aérea.
El ejército del estado sirio sucumbió en masa ante el avance de las milicias opositoras – sin pelea. Ahora los medios informan del estado de decrepitud en que se encontraban las fuerzas armadas de Siria y de los reproches que le dirigían Rusia e Irán a al Assad por la tolerancia con semejante debacle. Desde mucho antes del asalto del ejército sionista contra Gaza, y más tarde contra Líbano, el régimen sirio y su soporte ruso habían contraído un acuerdo, al menos de facto, con Israel, que vedaba cualquier ataque de las fuerzas de la Guardia Revolucionaria de Irán y de Hizbollah, desde Siria, contra el estado sionista y, de otro lado, permitía los ataques de la aviación israelí contra las bases de una y otra. En reconocimiento por esta complicidad de hecho de Rusia y del régimen sirio con el régimen sionista, el gobierno de Netanyahu se negó a condenar la invasión de Ucrania y el gobierno de Bashar al Assad fue reincorporado a la Liga Árabe, a instancias de los emiratos del Golfo. El nexo político-territorial se encontraba destruido antes de la caída de al Assad y lo mismo puede decirse de la proyección naval que pretendía Putin en el Mediterráneo oriental.
El derrocamiento del gobierno de Bashar al Assad ha acentuado la disgregación política de Siria. En el sur, las milicias tomaron la provincia de Daraa; las milicias kurdas ocuparon las ciudades de Deir el Zou y Bukamal, sobre la principal ruta que conduce a Bagdad, un contratiempo para el régimen de Erdogan, que sin embargo ha impulsado el avance arrollador de HTS y el ENS hacia Damasco, la capital de Siria. De acuerdo a los principales diarios internacionales, Erdogan había intentado conseguir una renuncia pacífica de al Assad, para bloquear este desenlace, sin el menor resultado. La ocupación, por parte de cuatro a cinco milicias diversas, del terreno dejado por las fuerzas armadas oficiales, se ha mostrado como un obstáculo para formar un nuevo gobierno nacional. Al Jolani, el jefe HTS, la mayor y más pujante milicia, ha convocado a la “unidad de Siria”, y tomado la inusitada decisión de reclamar la continuidad del primer ministro del gobierno derrocado, para defender “las instituciones”. En medio de una conmoción política que ha sacudido a gran parte del mundo, el planteo suena a una mascarada de Macrón ante la TV de Francia. Es el mismo que la prensa atribuye a las conclusiones de una reunión entre los ministros de exteriores de Rusia, Irán y Turquía, para evitar un incendio de toda la pradera. Netanyahu, por su lado, ha tomado el control militar de la tierra de nadie entre Siria y Turquía, sin importarle otra violación más de los acuerdos internacionales. Donald Trump y su vice, JD Vance, se apresuraron en tuitear mensajes de apaciguamiento: el primero llama a que el gobierno de Estados Unidos no intervenga; el segundo, alertando contra una reaparición del Estado Islámico.
Aunque la alianza de Erdogan con HTS y el ENS le otorgan las cartas más fuertes en una negociación de poder, el desenlace de la guerra ha reforzado considerablemente la autonomía de esas milicias, que han tomado el control del arsenal militar de al Assad con la deserción masiva del ejército de Siria. Por otro lado, el YPG, la milicia kurda ha tomado la importante ciudad de Majlib, sobre el río Éufrates. Putin, Khameini y Erdogan ya no contarían con actores subordinados en el territorio sirio; el mismo Netanyahu habría expresado reservas o temores por esta situación. Se ha desatado una crisis de poder en Siria. Ninguna de las fuerzas autóctonas en presencia se han pronunciado ante la anexión de Gaza y eventualmente Cisjordania por parte del estado y los colonos sionistas. Pero no se puede gobernar Siria sin esta clarificación, mientras que lo contrario – definir una política – desataría tempranamente una guerra civil e internacional.
Cuando todavía no se ha reunido la mesa de negociaciones sobre Ucrania que propondría Donald Trump, y el sionismo violenta el cese el fuego en Líbano y prosigue con la masacre en Gaza (recibiendo una condena más de genocidio, por parte de Amnistía Internacional), la cuestión siria se ha convertido en incandescente. En el Medio Oriente y en el mundo musulmán, el nacionalismo laico ha desaparecido por completo como consecuencia de su propia impotencia e incapacidad. La dirección política ha pasado a las diversas corrientes del integrismo islámico, que la mayor parte de las veces se convierten en tributarias de los diversos poderes imperialistas. Después del derrumbe gigantesco de los partidos comunistas de masas de la región, la cuestión de la dirección de la clase obrera de la lucha antiimperialista no ha sido resuelta.
La mayor parte de los medios atribuye el abandono del régimen sirio, por parte de Putin, a una ‘distracción de fuerzas’ debida a la guerra de Ucrania. Es como decir que la decisión de invadir Ucrania con el propósito de someterla nacionalmente ha fracasado. Pero este revés estratégico repercutirá, a su vez, en las condiciones de esa guerra. Una entrevista muy oportuna del argentino La Nación (7/12) a quien fuera embajador de Israel en Rusia y en Azerbaiyán, no podía ser más esclarecedora, pues este hombre del aparato del sionismo declara abiertamente: “No hay que darle a Putin una victoria sobre Ucrania”, para oponerse a las intenciones que se le adjudican a Trump. Arkadi Mil-Man, el entrevistado, expone la estrategia que informa toda la operación genocida contra el pueblo palestino, que es asumir la guerra imperialista de carácter mundial que ha emprendido la OTAN. Con todas sus acentuadísimas peculiaridades, el derrocamiento militar de una dinastía de medio siglo, que ha recorrido todas las variantes del nacionalismo árabe, desde el reformismo nacional hasta la contrarrevolución, forma parte de una guerra imperialista, cuyo objetivo es, de nuevo, un nuevo reparto del mundo.