por Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina, 8 de abril de 2025
El tarifazo arancelario desatado por Trump contra ‘el resto del mundo’ tiene todas las características de una declaración formal de guerra, en especial contra China y su periferia en el Sudeste de Asia. La amenaza de imponerle tarifas superiores al ciento por ciento si Pekin ejecuta la represalia de elevar al 64% los aranceles a la importación desde Estados Unidos, constituye un atentado a la estabilidad social y política de este país. Interpelado acerca de cuál sería la respuesta de Estados Unidos al planteo del gobierno de Vietnam, uno de los países más golpeados por la guerra tarifaria de Trump, de reducir a cero los aranceles que gravan a las importaciones norteamericanas, el asesor de Trump, Peter Navarro, redobló las amenazas: dijo que el gobierno norteamericano exige a Vietnam anular todas las barreras no arancelarias y de otro carácter y abandonar su condición de plaza tercerizada de las exportaciones de China. Este belicismo extremo se aplica a un país en el cual la Cámara Americana de Comercio (AmCham), que reúne a compañías como Intel, Apple, Boeing o Nike, reclama una moderación de los aranceles impuestos por Trump.
El gran punto de choque lo constituye la intención de Trump de romper el monopolio de la refinación de las “tierras raras” por parte de China (una variedad de minerales absolutamente esenciales para la tecnología moderna) –un 90% de la refinación mundial. China es, al mismo tiempo, la mayor productora -un 60% por ciento. Trump busca explotar una tendencia económica real, como es el agotamiento de las cadenas de producción y de valor internacionales, como lo demuestra un dato explosivo: la inversión extranjera en China, que llegó a los 90 mil millones de dólares, en 2022, ha caído a cero, en 2024. Las razones de esta crisis tienen que ver con la tasa de beneficio decreciente de esas cadenas para quienes controlan el producto final, debido al crecimiento de la parte de valor que producen las empresas tercerizadas de diversas naciones. Tienen que ver, por sobre todo, con la necesidad, especialmente de Estados Unidos, de terminar con la dependencia externa de suministros industriales estratégicos e incluso corrientes, cuando los grandes Estados, y en particular Estados Unidos, se preparan en forma activa para la guerra.
La ofensiva de Trump, sin embargo, responde a otro gran factor menos visible. Es una reacción a la tendencia a una crisis financiera de gran envergadura en Estados Unidos. Desde la bancarrota de 2007/8 y luego con la pandemia, la economía norteamericana ha acentuado su endeudamiento nacional, tanto público como privado, como internacional. Un número creciente de empresas estadounidenses -arriba del 30%- revisten en la categoría de “zombies”, porque sus ingresos no cubren el pago de los intereses de sus deudas. El Estado ha contraído una deuda pública de 34 billones de dólares, que cobra intereses de un billón de dólares por año. Semejante hipoteca ha puesto en crisis la hegemonía del dólar y de las instituciones financieras establecidas. No debería sorprender, en este cuadro, que la represalia mayor que China guarda en su arsenal es la venta de los títulos de deuda de Estados Unidos, del cual es el principal acreedor internacional. El centro de la guerra financiera y de la guerra misma es el destino del dólar. China ha comenzado a vender deuda norteamericana hace un tiempo, pero no se ha privado de hacerlo en estos días de derrumbe extremo. El ascenso mundial de Estados Unidos, desde la primera guerra, se manifestó en su condición de acreedor mundial; desde antes de los años 70 del siglo pasado ha comenzado a convertirse en el principal deudor en esa arena.
El derrumbe bursátil que provocó el tarifazo trumpista (una pérdida de valor accionario de 5.6 billones de dólares) no cayó de un cielo sereno. “El shock del mercado de valores -dice un historiador económico- expresa una variedad de desarrollos; ‘el final del boom de las grandes tecnológicas’, que ya pasaron, como ha ocurrido con Nvidia, por varios desplomes: ‘el pesimismo sobre las perspectivas de varias firmas globales; la sombra permanente de una recesión; y Trump 2.0”. No se menciona aquí la gran crisis de los bancos regionales a comienzos de 2023, que obligó a un rescate general de la Aseguradora de Depósitos bancarios. Más recientemente, un retiro de fondos de Japón tuvo esos mismos efectos financieros. A esto debe añadirse que las ganancias corporativas alcanzaron su punto más alto desde los años 50, del orden del 14% del PBI. Un orden elevado de ganancias es un prólogo al derrumbe, porque ha sido acompañado por un ciclo intenso de crédito y de desarrollo de capital ficticio (en los papeles, sin contrapartida real).
El desplome provocado por los anuncios de Trump dejó en evidencia el enorme apalancamiento con los grandes bancos de los fondos de garantía (hedge funds), que manejan billones de dólares. Es así como los bancos han salido a reclamar que los fondos salgan a cubrir las garantías por las compras bursátiles a crédito. El monto de esta cobertura ha sido catalogada como “la mayor de la que se tengan registros”. La amenaza de incumplimientos podría ser elevada. Para conseguir cobertura, los fondos han vendido una fuerte tenencia de activos en su poder, creando una espiral bajista en todos los mercados. La venta de activos de los “zombies”, a su vez, ha llevado la tasa de interés en esta área del mercado al 20% anual. Para sorpresa de algunos, debido a la necesidad de dólares en efectivo, el oro perdió el 2.9% de su cotización, cuando la expectativa era la contraria, tratándose de un refugio de valor. Las Bolsas europeas y asiáticas cayeron con fuerza -en especial las de Shanghi y Hong Kong. Quienes se deshicieron de las acciones, han buscado refugio en la deuda pública estadounidense, que cuenta con garantía del Tesoro y del Banco Central. Esto ha reforzado la tendencia a una recesión, con un pronóstico de crecimiento de alrededor del cero por ciento anual para el PBI norteamericano de 2025. Con el pretexto de que el costo del tarifazo internacional es considerado ‘sostenible’, los llamados para que Trump no siga avanzando “hacia el abismo”, como se lee en la prensa financiera, son desoídos por la camarilla del magnate.
El “tarifazo”, por añadidura “recíproco” (o sea que tiene un alcance mayor al solo arancel), deberá desatar un periodo de aumento de precios, de encarecimiento y de inflación. La crisis alcanzará entonces a la deuda pública, porque su rendimiento real se convertirá en negativo. Se abrirá una crisis monetaria; la fuga de la deuda pública afectará al dólar. Una fuerte suba de la tasa de interés para detener la salida del dólar impulsará una deflación mortal para una clase capitalista superendeudada. El Tesoro dejaría de ser un refugio para el dinero que se retira del mercado de acciones. La fuga del dólar amenaza provocar una guerra monetaria.
La guerra ‘geopolítica’ se desarrolla en un marco de crisis de acumulación capitalista internacional. La interconexión con las crisis políticas, guerras y sublevaciones de masas dominará el período próximo. Una lección que se impone, en este escenario, es la siguiente: el ascenso capitalista suscitado por las restauraciones capitalistas hace casi medio siglo, ha dado paso a una dislocación capitalista extraordinaria. El límite del capital es el capital mismo. Todo lo que parecía sólido se disloca en el aire. Este es el punto de partida irreversible de una política y una acción revolucionaria.