(Escribe Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina)
El bombardeo masivo al campo de refugiados de Jabalia no fue disimulado con excusas por el ejército sionista. Con el objetivo de alcanzar los túneles construidos por Hamás, las fuerzas armadas de Israel están arrasando con toda la estructura edilicia y de salud de Gaza, y contra la población civil a cielo abierto. Es la expresión de la estrategia de “guerra total”, que fue inaugurada en la década del 30 del siglo pasado y en la Segunda Guerra Mundial y proseguida en la posguerra, en su forma más bárbara. Se trata, precisamente, de aterrorizar a la población civil, tan mentada en esta crisis, en función de un objetivo diferente de los conflictos militares de un pasado lejano, como es destruir la capacidad de los pueblos para luchar contra la guerra o convertirla en guerra revolucionaria contra la clase opresora. Las guerras entre potencias por el reparto renovado del mercado mundial son, fundamentalmente, guerras contrarrevolucionarias contra los pueblos y las masas explotadas.
En las últimas dos semanas, la aviación sionista ha arrojado sobre la estrecha franja de territorio de Gaza unas 15.000 toneladas de bombas, el equivalente exacto a la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima. Ha asesinado a cerca de diez mil civiles, entre ellos cinco mil niños. En opinión de Netanyahu, esta es la única opción que le quedaría a Israel para defender lo que llama la “civilización” contra la teocracia islámica. Este reo de la justicia de su país representa políticamente, sin embargo, a la teocracia de los colonos sionistas, que han matado en estos días a un centenar y medio de palestinos en Cisjordania; una victoria militar de Israel, digamos de paso, reforzaría considerablemente a la reacción política y a la teocracia sionista.
El crimen de guerra contra la población civil de Gaza es realizado con el apoyo político y militar de los Estados Unidos. De acuerdo a La Nación (29/10), la política de tierra arrasada fue concertada entre el secretario de Defensa norteamericano Austin y su contraparte israelí, Yock Gallant; el Secretario de Seguridad de EEUU, Jack Sullivan, ya había señalado que no había “líneas rojas” para la masacre que planificaba el Estado sionista. También rechazó un cese del fuego, que habilitaría un canje de rehenes, en poder de Hamás, por prisioneros palestinos encerrados en las cárceles sionistas, en su mayor parte sin juicio. En la semana previa al crimen contra el campo de Jabalia, un verdadero puente aéreo entre Washington y Tel Aviv descargó un material bélico masivo, sin precedentes, de parte del Pentágono, para fortalecer la política de tierra arrasada y la contrainsurgencia urbana que ha emprendido el militarismo israelí.
Otro frente de una guerra mundial
La guerra desatada por Israel no tiene, ni podría tener, un carácter local. Desde el primer día de su existencia, el Estado sionista ha sido un pivot estratégico del imperialismo mundial en Medio Oriente; el ancla internacional del capital financiero frente a las crisis, guerras y revoluciones en el mundo árabe y el musulmán en general. Esta guerra es el emergente de una crisis política internacional, esencialmente del retroceso de la hegemonía norteamericana conquistada en la inmediata posguerra. Es la manifestación concreta del avanzado estadio de la declinación histórica del capitalismo. El abatimiento, por parte de la guerrilla de Hamás, del Muro de Hierro construido en torno a Gaza, ha detonado una crisis mundial, porque ha sido un golpe enorme a la capacidad política de acción del Estado sionista, en última instancia, a ese Estado mismo y a la coalición de Estados imperialistas. Tiene lugar cuando la guerra de la OTAN contra Rusia se ha estancado en el frente de batalla y ha generado una crisis política en Washington acerca de su continuidad. Los devaneos izquierdistas acerca de las culpas que reparte a unos y otros sobre los métodos que emplean en esta guerra, funcionan como pretextos para no tomar posición clara frente a una confrontación de alcance histórico.
La Nación y Clarín (25/10) han coincidido en que la dilación de la invasión de Israel a Gaza obedeció a una sola razón: la necesidad de que Estados Unidos complete el despliegue sus flotas en el Mediterráneo. La invasión a Gaza cuenta con el soporte de la aviación naval norteamericana, que en forma inmediata procedió a atacar instalaciones de guerrillas proiraníes en Siria, Irak y Yemen. Estas acciones desafían la supremacía aérea que Rusia estableció en Siria, luego del fracaso del intento norteamericano para derrocar a la dictadura de Bashar Al Assad. Claramente es una disposición bélica contra Irán, a pesar de que el régimen de los ayatollahs se ha declarado, de palabra y en la práctica, al margen de la guerra en Gaza. El sitio The Intercept (27/10) acaba de revelar la existencia de una base militar secreta norteamericana en el Negev (sur de Israel), que tiene el objetivo de monitorear los movimientos militares en Irán y guiar un ataque con misiles contra el régimen persa. Dado que el objetivo de la guerra del sionismo contra Gaza es expulsar a su población al desierto del Sinaí, la supervisión norteamericana tiene la función de advertir contra cualquier reacción negativa de parte de los países vecinos. Para la vocera de prensa de Rusia, María Zakharova, el despliegue norteamericano puede sin embargo convertirse en un búmeran, al dejar expuesta “la capacidad de defensa de Estados Unidos en el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Golfo Pérsico y las bases terrestres en Siria, Jordania e Irak” (NakedCapitalism, 27/10). El Cercano Oriente ha sido convertido, por parte de Estados Unidos, en el segundo frente de una guerra mundial, al lado de Ucrania, si se dejan de lado las operaciones de guerra en el Mar de China.
El cuerpo político y militar norteamericano no diverge con esta caracterización. Thomas Friedman, un ultrasionista muy próximo a Biden, advierte que Israel no podría ganar la guerra sin un pacto político-militar con Estados Unidos y, por lo tanto, la OTAN. La condición es que Israel acepte un acuerdo con la Autoridad Palestina, para establecer la salida de “dos Estados”, y abandone el propósito de llevar a fondo la limpieza étnica y el establecimiento de un Gran Israel, desde el Sinaí hasta Jordania. Así presentada, la guerra de Israel contra Gaza se encuentra en un enorme impasse, poque la Autoridad Nacional Palestina es un cadáver semisepultado, con total incapacidad para ir más allá de su camarilla ultracorrupta. El Gran Israel, como alternativa, sólo podría prosperar en una guerra mundial, del tipo de la ‘lebesraum’ o espacio vital de Hitler. La guerra en Palestina atraviesa una crisis fenomenal, mientras acumula víctimas con un brutal desprecio por la vida humana de parte de las democracias occidentales.
Hamás: terrorismo, guerrilla, fuerza beligerante
El ataque de Hamás al Muro de Hierro ha producido una reversión política y geopolítica en el terreno. La corresponsal de La Nación, Elizabeta Piqué, lo ha caracterizado de un modo impecable, aunque inesperado: “una victoria estratégica” de la guerrilla palestina (29.10). En efecto, ha expuesto la desnudez estratégica del Estado de Israel, el más densamente armado del mundo. Ese ataque guerrillero ha tenido lugar en el marco de una fuerte tendencia a una tercera Intifada (rebelión popular) en Cisjordania e incluso al interior de Israel. La población palestina sufe una ola final de expropiaciones y asesinatos de palestinos por parte de colonos sionistas y el ejército, con el apoyo del gobierno de Netanyahu.
Esa tercera Intifada en ciernes ha sido la causa de fondo de la crisis política en Israel, entre Netanyahu y el Poder Judicial, con una movilización impresionante de la población israelí. La cuestión constitucional es una hoja de parra de un conflicto ‘existencial’: adónde va el Estado. Reducir una crisis que ha conjugado estos factores históricos de fondo a una acción ‘aislada’, ‘criminal’, de una banda ‘terrorista’, como ocurre con algunos izquierdistas, que para colmo se reivindican de la IV Internacional, es, como de costumbre, peor que una infamia, es una necedad. Hamás es un semi Estado, con un ejército de 40.000 hombres, una fuerza beligerante con estatuto internacional, aunque no reconocido. A pesar de los bombardeos enormes sigue disparando cohetes hacia Israel, incluso ha efectuado incursiones desde el mar. El Estado sionista lo quiere liquidar inyectando gas venenoso en los túneles que Hamás ha construido: lo más parecido a la ejecución en una cámara de gas. Se ha convertido de grupo terrorista en guerrilla; se ha desarrollado en las entrañas del Estado de ocupación del sionismo. Fundamentalmente reaccionario, ha desempeñado una función histórica progresiva al asestar un golpe poderoso al imperialismo mundial. Esta es la cuestión decisiva, el duro golpe recibido por el imperialismo, su retroceso estratégico. Esto debe ser saludado por la clase obrera internacional, porque amplía la capacidad de acción de los trabajadores. Hamás ha actuado como el enemigo de nuestro enemigo fundamental.
Las masas de todo el mundo, en especial el árabe, han salido a manifestar en forma masiva, lo cual no ocurría desde hace veinte años, cuando la invasión de Bush-Blair-Aznar a Irak. En medio de ajustes y caídas del nivel de vida, la guerra genocida del sionismo ha impulsado un ascenso de masas internacional.
Las reivindicaciones inmediatas deben ser: cese del ataque a Gaza, cese del fuego, intercambio de rehenes israelíes e internacionales por todos los prisioneros palestinos. La guerra urbana, con apoyo internacional de la OTAN, podría derivar en una guerra regional o de mayor alcance. Para reducir al pueblo palestino a cenizas, Israel deberá avanzar hacia un estado fascista, para el cual está lejos de reunir las condiciones de partida, pues debería arrastrar a mucho más de la banda trumpista de colonos teocráticos. La cuestión central reside en el carácter de la dirección palestina. Ninguna guerrilla va a derrotar militarmente al sionismo; para eso necesita una política. La guerra nacional es un instrumento potente cuando lo es su proyecto político.
El golpe estratégico asestado al Estado sionista refuerza el planteo de una Palestina única, republicana y laica, en un desarrollo transicional al socialismo. Para esto debe emerger en esta guerra nacional una fuerza obrera internacionalista, que unifique la lucha de clases en todo el Medio Oriente. La transformación de una guerra mundial, como la plantean el imperialismo y el sionismo, en una guerra revolucionaria de emancipación plantea el desarrollo de un movimiento de unidad social que atraviesa todas las fronteras