La consigna de “ley y orden” que Trump y el congreso del partido Republicano han impreso a la campaña electoral, no es una simple manifestación de derechismo extremo. Trump ha salido a apoyar, con ese slogan, la acción de milicias armadas contra las manifestaciones de protesta que se desarrollan contra la brutalidad policial. Es decir que ha emprendido una campaña de agitación nacional, en las diez semanas que restan para las elecciones de noviembre, de características fascistas. Los atropellos criminales organizados de esas milicias son auxiliados ahora por una campaña de carácter sistemático en todo el país, sostenida por cuantiosos fondos. Apuesta a un referendo de masa por el ´orden´, un eufemismo que violenta las garantías ciudadanas más elementales.
Para caracterizar este giro político no es suficiente entenderlo como una respuesta a las movilizaciones en defensa de la vida de la población negra – “black lives matter”. Desde antes del asesinato por asfixia de George Floyd, por parte de la policía, la pandemia había desatado una crisis política manifiesta con relación al tratamiento que debía darse a la quiebra económica y social producida por la pandemia. La irrupción del Covid-19 golpeó en profundidad las relaciones sociales en Estados Unidos – en deterioro desde mucho tiempo antes y en especial desde la crisis financiera y la recesión económica de 2007/9. En apenas días y semanas el desempleo y la caída de ingresos sacudió las condiciones de vida de millones de trabajadores. La incertidumbre acerca de la perspectiva sanitaria de la población desequilibró a fondo la acumulación capitalista, a la que el estado socorrió con una inyección de deuda pública y emisión monetaria sin precedentes. La restricción a la actividad económica, por medio de cuarentenas más o menos parciales, desató una crisis política entre el gobierno federal y los estados, y alimentó las provocaciones de las milicias, que salieron a las calles en nombre de la ´libertad´. Como ocurre en todas partes, la pequeña propiedad se convirtió en receptora de los resentimientos fascistizantes, porque ella constituye el eslabón débil de la cadena del capitalismo. Mientras las ´tecnológicas´ ven subir sus acciones en la Bolsa en forma frenética, alimentadas por dinero barato, una parte considerable del comercio y la industria ha pedido concurso de quiebra. La pandemia ha tenido un efecto sistémico brutal sobre una organización capitalista que, por un lado, descuenta la disponibilidad de fuerza de trabajo para la explotación y, del otro lado, ha pulverizado la protección social de esa fuerza de trabajo, en su sentido más amplio – salarios, vivienda, salud, educación y precariedad y superexplotación laboral. La pandemia ha puesto al desnudo la decadencia gigantesca del capitalismo en mayor medida que una crisis financiera, y cuando el capitalismo enfrenta un desplome económico brutal, como lo demuestra el rescate ilimitado que reclama del Estado.
Trump y el partido Republicano no solamente encaran una agitación política fascistizante – también cuestionan el proceso electoral, al cual atribuyen irregularidades vecinas al fraude. Hay un enfrentamiento feroz en torno a la transparencia de la elección, desde el cuestionamiento al voto por correo hasta la solvencia del recuento de los votos. Trump explota sin escrúpulos la certeza de que un sector numeroso del electorado evitará ir directamente a las urnas, debido al peligro de contagios, para desfinanciar a la Central de Correos y dificultar el voto a distancia. Para numerosos observadores la noche de los comicios puede convertirse en una pesadilla política, con dos candidatos que reclaman su propia legalidad, y uno de ellos, Trump, con poder efectivo. Estados Unidos arriesga encontrarse frente a una salida extra constitucional o de facto, al cabo de una campaña de agitación fascista de la administración gobernante.
Para quienes sostienen que el constitucionalismo norteamericano está grabado en el bronce, la posibilidad de un escenario semejante hace descontar la victoria del desafiante, Joe Biden. El apoyo del ´establisment´ al candidato demócrata es muy amplio. Por un lado, reúne a todas las camarillas republicanas hostiles a Trump, desde la familia Bush y los seguidores de los ex candidatos Dick Romney y el fallecido McCain. Lo mismo ocurre con la burguesía de la Unión Europea. Si se observa bien, Biden es el candidato de la OTAN y de la intervención militar en las fronteras de Rusia y el Medio Oriente, incluida la permanencia en Afganistán, en Asia Central. Varias renuncias de ministros de Trump, en especial el de Defensa, John Mattis, obedecieron a las amenazas de Trump de retirar tropas norteamericanas de Alemania y lo que denunciaron como una política de “apaciguamiento” con Putin. Lo mismo con irse de Afganistán. En resumen, juzgan el hostigamiento de Trump a la Unión Europea como ´funcional´ a Rusia. En estos momentos, los demócratas y los gobiernos de Europa exhiben una línea de confrontación con Putin frente a la rebelión popular en Bielorrusia, que Trump no acompaña. Estas contradicciones formidables deben ser objeto de un mayor estudio, pero se puede adelantar que el fascismo no se maneja con “alianzas” internacionales sino mediante la supremacía y la libertad de acción. Finalmente, Biden tiene el apoyo de los aparatos de seguridad nacional, a cuyos jefes Trump fue volteando de a uno. La crisis político-electoral atraviesa todos los campos de acción del imperialismo norteamericano.
No debería sorprender que, en estas condiciones, desde el Congreso se haya pedido al alto mando militar que clarifique de qué lado se alinearía en caso de una crisis de poder post electoral. Pero es un hecho completamente extraordinario. Es el mismo alto mando que bloqueó la decisión de Trump de enviar a las fuerzas armadas a reprimir las movilizaciones anti-policiales. Los militares respondieron que defendían la Constitución, que es precisamente lo que está en litigio. Lo que importa es que, en Estados Unidos, las fuerzas armadas han sido llamadas a actuar como árbitro ´in pectore´. A esto se ha llegado como consecuencia de la crisis mundial.
A la luz de todo esto, se puede concluir que Estados Unidos tiene un gobierno débil – lo muestra con toda claridad la marcha de la pandemia en su territorio. Las bravatas de Trump procuran disimular esta debilidad; es probable que su fascismo de diez semanas entre en una crisis antes que tome vuelo, y su candidatura deba operar otro giro político. Por lo pronto, ya ha dicho que quiere adelantar la aplicación de una vacuna contra el Covid-19, con la intención de hacer campaña sanitarista. En estos momentos hay un vigoroso movimiento de docentes y padres contra la reapertura de las clases. Las colas por comida de parte de los trabajadores desocupados ya ocupan el escenario nacional. El contraste entre el alza de la bolsa y la emisión de dinero para el rescate del capital, con la miseria creciente del pueblo, va sublevando a un número creciente de trabajadores. El partido demócrata aplica sus mejores esfuerzos para que las masas abandonen la confrontación y la calle, con el argumento de que es lo que Trump desea. Es una demostración de la desesperación del partido demócrata e incluso de su impotencia. En muchos distritos, los caciques demócratas han perdido las candidaturas a manos de dirigentes nuevos, lo que convierte en más irritante la política reaccionaria de este partido, pero no deja de mostrar su propia tendencia a la disolución.
Una victoria electoral de Biden no devolvería a Estados Unidos a la vieja y buena situación precedente. La incapacidad de un gobierno Biden frente a la crisis histórica del país quedará enseguida de manifiesto. Antes de que se apaguen las llamas del fascismo, el agravamiento de la crisis, más temprano o tarde, las avivará de nuevo. EEUU podría convertirse en una República de Weimar más rápido de lo que se piensa, con la diferencia que no necesitará rearmarse, comoocurrió en la Alemania que precedió a Hitler, porque se encuentra más pertrechada que el mundo entero. Una crisis de tal amplitud conmoverá hasta la raíz a la clase obrera – en primer lugar, como ya ocurre, a la juventud precarizada. La revolución socialista que debutó en el territorio más atrasado de Europa hace sentir su aliento en el más avanzado del planeta.
La Cuarta Internacional debe discutir este horizonte político, establecer un programa conforme a él, y darse los medios de organización para llevar al socialismo internacional a una victoria definitiva.