(Escribe Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina) La reunión de la OTAN que tuvo lugar el martes y miércoles recientes en la capital de Lituania, no recogió el reclamo apremiante del presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, para obtener una invitación para ingresar a la Alianza. A pesar de esto, sin embargo, se arrogó, en uno de los documentos acordados, la función de supervisar la seguridad en el planeta entero (“un abordaje de 360°”). En el cónclave participó Japón, que desarrolla una militarización acelerada para participar en una confrontación militar con China. Repite una repetida utopía económica -en este caso criminal- de “aplanar” el mundo.
La “cumbre”, de todos modos, no rechazó realmente el pedido de Zelensky. Por un lado, porque convino en escalar la guerra hasta la derrota completa de Rusia –“el retiro incondicional de sus tropas de Ucrania”. En función de este objetivo se comprometió a incrementar la ayuda militar y financiera que, al momento, supera los 200 mil millones de dólares, y a desarrollar los medios necesarios para incorporar a Ucrania a la OTAN en un futuro cercano. Por otro lado, Ucrania es ya, a todos los efectos prácticos, un país de la OTAN, el más integrado a ella. El Presupuesto fiscal, los servicios de inteligencia y el ejército de Ucrania se hallan condicionados a la OTAN como ninguno de sus otros socios. La “contraofensiva” que intenta desarrollar Ucrania contra el territorio ocupado por Rusia no ha sido concebida ni es monitorizada en Kiev sino desde el Pentágono. El articulado del tratado de la Alianza que declara inadmisible la integración a la OTAN de un país en conflicto, se encuentra largamente superado, porque ese conflicto, o sea la guerra en curso, es una hechura de la OTAN, largamente preparada. La OTAN interviene en esta guerra sin la necesidad de invocar la condición que impone el artículo 5 del tratado, que obliga a hacerlo sólo cuando el país agredido fuera uno de sus miembros.
La dilación impuesta a la incorporación de Ucrania a la OTAN atiende a consideraciones políticas de importancia. Un ingreso inmediato podría servir para una provocación de los propios miembros de la OTAN para desatar una confrontación directa con las fuerzas armadas de Rusia –y llevar la guerra a su territorio. Podría servir también a Putin como un pretexto para declarar la movilización general de la población, y convertir lo que empezó como una agresión imperialista de Rusia en una guerra nacional. La invitación a ingresar a la OTAN hubiera obligado también a enviar el proyecto para ese fin a los parlamentos nacionales de una treintena de países, y desatar una discusión pública acerca de la guerra. La situación actual no impide que algún país de la OTAN colabore con la guerra enviando sus propias tropas, porque esto no está cubierto por el artículo 5 del tratado. La prensa internacional ha aludido a la intención de Polonia de cruzar la frontera para apoyar a Ucrania, en función de un propósito problemático de formar una confederación entre los dos países. Entre las dos guerras pasadas, Ucrania occidental fue un protectorado de Polonia. Zelensky ha declarado que la declaración de la “cumbre” y “las garantías de seguridad” ofrecidas abren la posibilidad de fuertes compromisos bilaterales (Financial Times, 12/7).
No se puede pasar por alto que el reclamo del ingreso a la OTAN no ha pasado por la venia del parlamento de Ucrania. Zelensky y la camarilla militar se han apropiado del derecho a la autodeterminación nacional. El parlamento mismo es un ‘fake’ porque han sido expulsados de él los partidos opositores, denunciados como “pro-rusos”. Con el argumento de la guerra han sido suprimidos todos los derechos de los trabajadores, incluidos los sindicatos. La “defensa de la democracia” la ejerce, no por única vez, una dictadura. La supresión de la autodeterminación ucraniana es una prueba irrefutable de que la guerra tiene un carácter imperialista.
La reunión de Vilna consagró otras decisiones, como la incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN. No se trata de poca cosa, porque acerca a la OTAN a 150 kilómetros de San Petesburgo y convierte al Báltico en un “mare nostrum” de la OTAN, con escasas salidas para Rusia. Un retiro de Rusia de Ucrania, incluida Crimea, la privaría también del Mar Negro. La declaración de la “cumbre” plantea con énfasis que “la región del Mar Negro es de importancia estratégica para la Alianza”. El propósito de instaurar un bloqueo marítimo contra Rusia, privándola del Báltico, al norte, y del Mar Negro, al sur, equivale a una declaración de guerra a ultranza.
En las vísperas de la “cumbre”, Erdogan, el presidente de Turquía, además de retirar sus objeciones al ingreso de Suecia a la OTAN, declaró que “Ucrania merece ser miembro de la OTAN”. El planteo disiparía la neutralidad mantenida por Turquía en la guerra y lo colocaría en colisión con Rusia. Podría indicar, sin embargo, una crisis en los acuerdos con Putin para autorizar la exportación de cereales de Ucrania por el Mar Negro, frente a las exigencias de Rusia de poder exportar sus propios cereales y fertilizantes a través de los pasos marítimos, controlados por Turquía, hacia el Mediterráneo. El viraje de Erdogan podría ser un canje con Biden para que Estados Unidos deje de apoyar a las milicias kurdas que combaten contra Turquía en el norte de Siria. Los conflictos en el Medio Oriente son un anexo de la guerra de la OTAN contra Rusia.
En una reunión cuya agenda estaba focalizada en la guerra contra Rusia, el punto central del comunicado final estuvo dirigido contra China. El texto acusa a China de “dañar la seguridad de la Alianza y de profundizar su asociación estratégica con Rusia”. Esto es señalado en paralelo al fracaso de las negociaciones de Yellen, la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, con su contraparte en Pekín. Todos los pretextos de que en Ucrania se libra una lucha de independencia nacional se caen cuando la OTAN define a China como “un enemigo estratégico”. El texto denuncia que China y Rusia “socavan el orden internacional basado en reglas (y) van en contra de nuestros valores e intereses”.
El enfoque ‘geopolítico’ de la OTAN apenas esconde los intereses sociales de la guerra. Las victorias militares de la OTAN no abren el camino a la democracia sino al fascismo. Esta es la base histórica del llamado ‘ascenso de la derecha’, como se manifiesta en Europa y en Estados Unidos. La guerra impone la necesidad de reprimir cualquier resistencia y obstáculo al interior de los Estados, participantes o no. La guerra a largo plazo, como fue decidido en Vilna, significa la necesidad de crear una economía de guerra, para sustentar los tiempos políticos. Esto significa también una política de ajuste, como lo prueba el crecimiento de los gastos militares en los presupuestos de las principales potencias, a costa de rubros vitales como salud, educación o vivienda.
La guerra es la expresión mayor del estallido de las contradicciones del régimen capitalista en su conjunto. Es la manifestación de la agonía del capitalismo y de conflictos de clase cada vez más intensos y potencialmente revolucionarios.